Estábamos pensando qué lugar podríamos visitar en un fin de semana cualquiera. La opción de Tarma fluyó casi de inmediato, pues es un sitio que hasta ahora no habíamos tenido el gusto de conocer y está relativamente cerca de la capital, como para hacer una ida y vuelta. Luego de revisar qué puntos queríamos visitar, se definió la ruta La Oroya – San Pedro de Cajas – Palcamayo – Acobamba – Tarma – Jauja – La Oroya y fijamos el fin de semana del 10 y 11 de setiembre para nuestra salida. En esta oportunidad, se nos unirían Silvana y Cynthia como compañeras de viaje.
El sábado 10 salimos muy temprano como de costumbre, cerca de las 4am. Tomamos la Carretera Central. Nuestro objetivo era ganar tiempo y llegar a La Oroya alrededor de las 8am. No obstante, el tráfico estuvo bastante pesado, especialmente por algunos arreglos que se estaban haciendo entre Casapalca (pocos kilómetros antes de Ticlio) y Morococha, que obligaban a detener el tránsito por momentos.
Recién a las 9:30am habíamos llegado a La Oroya. Una vez ahí, tomamos el desvío a la izquierda que va hacia Cerro de Pasco (carretera 3N). Tras unos 22 kilómetros se llega a un lugar conocido como cruce Las Vegas, donde el camino se bifurca nuevamente; por la derecha se va directamente a Tarma, pero nosotros continuamos por la izquierda como quien se va a Cerro de Pasco. Unos 15 minutos más adelante, sobre la mano derecha aparece un nuevo desvío que nos llevaría finalmente a nuestro primer destino, San Pedro de Cajas.
El pueblo de San Pedro de Cajas, ubicado a 4100msnm, es reconocido por ser cuna de artesanos hilanderos. Sus tejidos son de los más bonitos que hay en Perú. De hecho, la economía del pueblo gira en torno a ello. Por otro lado, y como sucede en la mayoría de pueblos de la sierra, su gente es muy amable y servicial. Intercambiar palabras con personas del lugar te hace sentir seguro ya que se genera un ambiente de confianza casi de inmediato.
Nos dimos un paseo por la plaza y visitamos algunas tiendas de artesanías. Personalmente, yo me había propuesto no irme de ahí sin llevarme mi tapete con algún motivo de la serranía. Luz, Silvana y Cynthia se llevaron sus recuerdos también. Y es que lo que ves ahí es tan bonito que hace imposible que te resistas a comprar algo.
Cerca de las 11:20 am salimos de ahí y enrumbamos hacia nuestro siguiente destino, la gruta del Guagapo (o Huagapo), ubicada dentro del distrito de Palcamayo. Saliendo del pueblo de San Pedro de Cajas, el camino pasa a ser afirmado (hasta el momento todo había sido asfalto).
Apenas treinta minutos más adelante y ya estábamos en la gruta. Aunque ya me habían contado y visto del lugar, fue mucho mejor de lo que imaginé. Tiene dos atractivos principales. El primero, ubicado a la derecha, es una caída de agua que nace de una pequeña cueva en el cerro y discurre en diferentes direcciones a medida que va descendiendo formando una especie de delta, muy bonito. El segundo es la cueva de Guagapo en sí, que está sobre la izquierda.
La caída de agua es lo primero que ves cuando estacionas el auto al lado del camino. Junto a ella hay una pequeña piscigranja por donde te puedes meter para subir hasta la parte media. Los alrededores son muy bonitos, es recomendable darse una vuelta por ellos. Sacamos varias fotos y nos dirigimos hacia la cueva del Guagapo.
Hicimos un pago simbólico de 2 soles por persona y, luego de una pequeña caminata de unos cinco minutos, llegas al ingreso de la cueva. “Wow!” fue la primera palabra que esbozamos al llegar ahí. Y es que la cueva es enorme. Las fotos que habíamos visto no nos daban una idea clara de la perspectiva para calcular su tamaño.
En el sitio hay personas que por 10 soles te hacen guiado al interior hasta los primeros 150 metros. Si quieres ir más allá, también puedes, pero necesitas mayor equipamiento ya que debes escalar un poco y subir con sogas.
Mientras ingresábamos el guía nos contaba que no se tiene conocimiento de la profundidad real de la cueva. Leí en la página de Mincetur que en 1994 una expedición logró internarse hasta 2.7 kilómetros, pero que todavía se podía seguir avanzando. Impresionante.
Por la cueva discurre un río subterráneo y está llena de estalactitas y estalagmitas que forman diversas figuras. Entre las que más recuerdo están la del león, el dinosaurio, el cristo, el corazón y la virgen. En algunas había que ser un poco imaginativos para verlas en la piedra, pero había otras tan claras que pareciera que las hubiesen esculpido.
Casi sin darnos cuenta, entre la caída, la piscigranja y la cueva pasamos en el lugar como dos horas. Ya era casi las 2pm. Antes de salir al siguiente punto nos comimos el típico choclito con queso para menguar el hambre que ya acosaba.
Nuestra siguiente parada sería en Acobamba donde visitaríamos el Templo del Señor de Muruhuay. El camino desde Guagapo es afirmado en los primeros kilómetros y atraviesa los pueblos de Palcamayo y Picoy. En Palcamayo hicimos una parada rápida para sacarle unas fotos a su bien decorada plaza.
En el camino, y ya poco antes de arribar a Acobamba, sobre la mano derecha pudimos divisar el “Rostro de Jesús”. Se trata de una formación rocosa sobre el cerro que se asemejaba al rostro de Cristo. Según cuentan los lugareños, aquellos que no pueden distinguir la imagen es por que son pecadores. Menos mal, yo pude distinguir hasta la túnica blanca 😀
Ya en Acobamba, fuimos directo al santuario donde conocimos la imagen del Señor de Muruhuay. Rezamos un poco y nos quedamos por la zona conversando y buscando un sitio donde almorzar. Por recomendación, ingresamos al restaurante “La Olla de Barro”, ubicado casi en frente del templo. Un lugar agradable donde nos atendieron bien, la comida estuvo rica y a precio justo.
Luego de almorzar, cerca de las 4pm, dejamos Acobamba y partimos hacia Tarma que nos quedaba apenas a 15 minutos. Fuimos directo al alojamiento que habíamos escogido para esta salida. Se trata de la “Hacienda Santa María”, un muy bonito lugar en los alrededores de la campiña de Sacsamarca, al oeste del centro de la ciudad.
Nos llamó mucho la atención la historia de este lugar, pues se cuenta que sirvió de refugio a Andrés Avelino Cáceres durante la Guerra del Pacífico. Además, sus balcones de madera antiguos, su capilla y sus flores hacen de este sitio un lugar genial para alojarse. Llegamos en buen momento. Era poco más de las 5pm y el sol caía de forma oblicua en una posición perfecta para las fotografías. Hicimos varias tomas y nos fuimos a descansar un rato.
Alrededor de las 8:30pm nos encontramos en el comedor para cenar. Crema de alcachofas con trucha a la parrilla. Muy rico. Un poco después fuimos a la sala de la casa donde Gabriel, uno de los guías de la hacienda, nos contó diversas historias del lugar y de los alrededores. Todo, al pie de la chimenea. Bonito detalle. Al cabo de una hora y un poco más terminamos ahí y nos fuimos a descansar.
A la mañana siguiente nos reunimos 8am en el comedor a desayunar. El desayuno no fue muy contundente pero igual estuvo rico. Hicimos el checkout respectivo y continuamos nuestro recorrido.
La primera parada de este segundo día sería la famosa fábrica de manjar blanco “El Tarmeñito”. Yo guardo muy bonitos recuerdos de esta marca. Cuando era niño, mi padre viajaba seguido a Pasco por trabajo, y una vez, a su regreso a Lima, me trajo un pote de este manjar blanco. Me gustó tanto que en sus sucesivos viajes me trajo más. Hoy en día, cuando me topo con un manjar de El Tarmeñito, no dudo en comprarlo. En realidad, es muy rico.
Nuestro siguiente punto sería en la Plaza de Armas de Tarma. Cuando días atrás estaba armando el itinerario de cosas para conocer, vi las fotos de la Catedral Santa Ana e inmediatamente me enamoré de ella. No podía irme de ahí sin conocerla. La catedral fue construida en 1954 durante el gobierno de Manuel Odría, quien precisamente era tarmeño. De hecho, sus restos descansan en el interior del templo. Vista desde del Google Earth, se puede apreciar como sus tres naves forman una cruz en cuyo cruce se ubica la cúpula central.
Mientras visitábamos la plaza, se estaba llevando a cabo un desfile escolar. Muchos niños vestidos de diversos temas marcharon por las calles de la plaza. Estaban los militares, los campesinos, los amazónicos, entre otros. Aprovechamos para sacar algunas fotos también.
Terminada nuestra visita a la plaza y a la catedral, seguimos nuestro viaje hacia nuestro próximo destino, Tarmatambo. Para ello nos fuimos rumbo sur, por la vía que conecta Tarma con Jauja (carretera 3S). Apenas veinte minutos de camino y habíamos llegado.
Tarmatambo es un complejo arqueológico ubicado en el centro poblado del mismo nombre. Las ruinas conviven con las calles estrechas del pueblo y sus casitas de adobe. En el lugar se pueden apreciar numerosos edificios incas, entre los que destacan las colcas, usadas para almacenar alimentos. Para ingresar, en la misma carretera hay una curva en U, desde donde parte un desvío hacia la derecha. Siguiendo por ese desvío, se puede apreciar todo el valle, con los andenes a los costados y en el fondo la ciudad de Tarma. Muy bonito. Un poco más allá hay una nueva bifurcación. Tomamos el camino de la izquierda que nos lleva a la parte alta del pueblo.
Las calles son estrechas y no hay mucho sitio donde dejar el auto sin interrumpir el pase. Felizmente cerca al estadio encontramos un buen lugar. A partir de ahí empezamos una breve caminata hasta la zona media donde hallamos algunos vestigios del antiguo asentamiento inca. Desde este punto también se podían observar en las partes altas dos colcas restauradas. Nos tomamos algunas fotos y continuamos nuestro camino.
El lugar tiene mucho más cosas para conocer y se requiere de al menos unas dos o tres horas para recorrerlo en su totalidad, pero nosotros íbamos en un viaje relámpago así que no tuvimos chance de apreciarlo en toda su magnitud. Por ahora, lo reservaremos para un futuro viaje. Continuamos rumbo sur hacia Jauja. La pista en excelente estado. Nuestras últimas dos paradas serían las lagunas Tragadero y Paca.
Unos veinte kilómetros más adelante hicimos una breve parada en una zona conocida como Lomo Largo. Es imposible no darse cuenta del lugar. En medio de una inmensa pampa aparece de la nada un frondoso bosque de pinos y eucaliptos. Estos árboles fueron sembrados ahí hace algunos años como parte del interesante pero desaparecido proyecto “Sierra Verde”. Hoy en día, los pobladores del lugar aprovechan este bosque para recolectar hongos comestibles que crecen de las partes bajas de los árboles. Estos posteriormente son procesados y deshidratados para su comercialización.
Seguimos nuestro camino hasta la laguna Tragadero. A la altura del centro poblado de Pachascucho tomamos un desvío a la derecha que nos acercaría a la laguna. Llegamos con la camioneta hasta cierto punto y continuamos el resto a pie. La laguna tenía una playa bien amplia, la cual se cubre con agua en época de lluvias y de crecida del río Yanamarca, su principal afluente. Por ello, al caminar por ahí hay que ir con precaución pues en algunos puntos te hundes fácilmente. Tragadero es un paraíso para quienes gustan de apreciar las aves, ya que en el lugar abundan de distintas especies. Luego de tomarnos algunas fotos y pasearnos por el sitio regresamos al carro para seguir nuestro trayecto.
Un comentario aparte; por esta zona, un poco más al norte, se encuentra el complejo arqueológico de Tunanmarca. Por fotos se ve súper interesante. Esta vez no pudimos visitarlo, pero queda de todas maneras para una siguiente salida.
La última parada sería en la laguna de Paca a pocos kilómetros de ahí. Una vez en la laguna, frente a la zona de restaurantes, hay un mirador al cual subimos para apreciar el lugar. En los cerros del fondo se logra ver el perfil del inca echado. Tomamos algunas fotos y fuimos a almorzar trucha, que es lo típico de la zona, en sus distintas presentaciones: ceviche, chicharrón, a la parrilla, etc. Como ya antes habíamos visitado la laguna y estábamos cortos de tiempo, no hicimos el paseo en bote. Al terminar el almuerzo emprendimos el retorno a Lima.
El camino de regreso estuvo tan o más pesado que el de ida. La Carretera Central por momentos se satura demasiado y se vuelve muy peligrosa por las maniobras temerarias de personas que desesperadamente intentan avanzar a través de largas filas de camiones que avanzan a no más de 20km/h. Vimos un par de accidentes fuertes en la ruta. Yo honestamente estoy planteándome no tomar más esta carretera para viajar al centro del país, y en su lugar ir por alguno de los caminos alternos ya sea por el norte (Canta o Huaral) o por el sur (Cañete).
Como es costumbre, les dejo la ruta que seguimos en este paseo de fin de semana.
¡Hasta una próxima!