La idea original para Semana Santa era hacer la ruta Trujillo – Cajamarca – Celendin – Chachapoyas. Sin embargo, debido a las lluvias en esa región, hicimos un cambio de planes y nos animamos por Ayacucho. Esta decisión la tomamos bastante tarde. Por ello, sólo nos fue posible reservar hotel desde el sábado 19 al miércoles 23 de marzo. Sí, es cierto, quizás nos estábamos perdiendo lo mejor (no estaríamos los días centrales jueves-domingo). Sin embargo, al final creo que fue una buena decisión ya que encontramos los caminos descongestionados y las atracciones principales casi no tenían visitantes. No sufrimos ningún tipo de demoras ni de incomodidades.
Antes de continuar, ¿qué es eso de rincón de los muertos? Es algo que aprendí en este viaje. El significado en quechua de Ayacucho es precisamente ese (aya = muerto, k’ucho = rincón).
El primer día: Maravillas en la carretera
Salimos el sábado 19 a las 6 am en punto (no tan temprano como hubiésemos querido, pues nos quedamos dormidos) y enrumbamos por la Panamericana Sur. Aunque llevamos provisiones en la camioneta, paramos en el mercado de San Clemente, justo después de tomar el desvío hacia la vía Los Libertadores. Jugo de naranja, pan con queso y estábamos listos para seguir. Poco más allá llenamos el tanque e iniciamos la subida.
La vía Los Libertadores está realmente en perfecto estado y tiene muy buena señalización. Si a eso sumamos que el día estuvo con un sol radiante y que (por la fecha en la que salimos) no había nada tráfico, puedo decir que nuestra experiencia de subida fue simplemente perfecta. La subida es larga pero entretenida y va en dos trepadas. En la primera, se sube hasta los 4400 msnm aproximadamente para llegar al puente Rumichaca. Pasando este puente la carretera se divide en dos. El tramo a la izquierda te lleva hacia el lago Choclococha y eventualmente a Huancavelica. El tramo de la derecha sigue directo hacia Ayacucho. De ahí, el camino desciende un poco para luego iniciar la segunda trepada hasta el punto más alto del recorrido, el abra Apacheta (4746 msnm). Desde aquí inicia el descenso final hasta llegar a Ayacucho.
Los últimos 90 kilómetros del viaje nos dejaron sin aliento. Y no por que estuviéramos cansados (que de hecho sí lo estábamos), sino por lo espectacular de los paisajes. Debido a que marzo es aún época de lluvias en la sierra, todo el valle estaba cubierto de un manto verde y los ríos cargados de agua. Por ello, este último tramo lo hicimos verdaderamente lento. Fuimos a no más de 50km/h, con las ventanas abajo para poder admirar todo. De paso, íbamos parando a tomar fotos cada vez que podíamos, aprovechando el buen clima.
Llegamos a Ayacucho cerca de las 2:30 pm, y fuimos directo al hotel Internazionale, que fue donde nos alojamos. Habíamos conseguido una promoción del 20% de descuento a través de despegar.com. En líneas generales, el hotel era bueno. Cómodo, limpio y con cochera (este último punto era algo necesario ya que veníamos con movilidad propia). El personal muy amable también. Lo único negativo sería, quizás, que está algo alejado del centro, como a unas 10-12 cuadras. Un taxi te lleva por 4-5 soles a la plaza de armas. Una mototaxi lo hace por 2-3 soles, pero te deja a dos cuadras de la plaza, ya que están prohibidas de entrar. Otro punto que quizás podría mejorar es la poca variedad en el desayuno, los cuatro días que nos quedamos comimos lo mismo. En fin son sólo detalles que no molestan mucho.
Ya en el hotel, cansados por el viaje, nos quedamos privados en una. A eso de las 6:30 pm salimos a conocer el centro. Y lo hicimos (sin darnos cuenta) a la hora apropiada. En ese momento estaba pasando la procesión del Señor de la Parra. El anda estaba circulando por la plaza acompañada, como toda procesión, de una banda, danzantes y fuegos artificiales. Muy bonito.
De ahi fuimos a comer algo ligero , en uno de los restaurantes que hay en el jirón 28 de julio y regresamos al hotel a descansar
Segundo día: En busca de las treinta y tres de Huamanga
El segundo día lo utilizamos para recorrer el centro. Era domingo de ramos. Teníamos la idea de visitar las famosas treinta y tres iglesias de Ayacucho. Y lo hicimos de la manera en la que mejor se conoce una ciudad: caminando. Para ello, contábamos con un mapa que nos dieron en la oficina de la Policía de Turismo la noche anterior. El mapa tenía poco detalle (algunos puntos importantes como algunas iglesias no estaban marcados y los encontramos casi que de casualidad), pero nos sirvió. Lo complementamos, como siempre, con el Google Maps 🙂 .
Salimos del hotel y empezamos a caminar rumbo a la Plaza de Armas, pero siguiendo una ruta por la que nos encontraríamos las primeras iglesias, según el mapa. Es así como conocimos primero las Iglesias El Calvario, Nuestra Señora del Pilar y La Magdalena. A medida que nos acercábamos al centro, las iglesias se ubicaban cada vez más cerca unas de otras. Ya en la plaza central, aprovechamos para probar el Muyuchi, helado típico de la región que está hecho en base a leche y maní. Su precio: dos soles. Muy rico.
Continuamos en nuestro afán de sacarle foto a cada una de las treinta y tres iglesias. Desde la plaza es fácil divisar varias de ellas, empezando por la más grande, la Catedral ubicada en plena plaza. En la misma calle y en la siguiente cuadra ubicamos la iglesia de San Agustín, en una esquina. Cerca, en un radio de una a dos cuadras, estarían también las iglesias de Santo Domingo, la Buena Muerte, San Francisco de Paula, La Merced, La Compañía y Nuestra Señora de Loreto. Continuamos nuestro camino por el jirón 28 de julio donde nos topamos con una caseta de turismo que nos vendió, por cinco soles, una guía de las treinta y tres iglesias que explicaba la historia y detallaba la ubicación de cada una. Esta guía fue de mucha ayuda para completar nuestro propósito.
Continuando por el jirón 28 de julio llegamos al Arco de San Francisco. Aunque varias personas tienen opiniones diferentes, a mí en lo particular me gustó mucho, sobre todo por que se deja ver desde varias cuadras antes y hace un bonito paisaje con el jirón 28 de julio.
Pasando el Arco, uno se encuentra con la iglesia de San Franciso de Asís y frente a éste, un mercado donde se estaban preparando y vendiendo de forma masiva las palmas del domingo de ramos. Un poco más allá, encontramos el convento de Santa Teresa y frente a éste, la iglesia de San Cristóbal que, por cierto, fue la primera que se edificó, allá por el año 1540 (¡tiene casi 500 años!). De ahí subimos hasta el barrio de Santa Ana, donde encontramos el templo del mismo nombre. Volvimos a bajar rumbo al centro y nos encontramos con más iglesias: Santa Clara, Pampa San Agustín entre otras.
Cerca de finalizar la tarde habíamos conocido veintiún iglesias. Terminamos cansados pues habíamos caminado todo el día y sol quemaba bastante. Por descuido, no nos pusimos bloqueador y ya estábamos color camarón. Antes de que anochezca pescamos un taxi y le pedimos que nos lleve al mirador de Acuchimay, para ver el atardecer sobre la ciudad. Muy bonito.
De bajada conocimos otras tres iglesias más. Virgen del Carmen, Señor de Quinuapata y Belén. Con éstas, ya contábamos veinticuatro. Regresamos al hotel muertos pero contentos. Ya habría tiempo luego de conocer las restantes. Fuimos a descansar pues al día siguiente día nos esperaba un viaje al sur de la ciudad.
Tercer día: El circuito Sur (Catarata de Pumapaqcha, Laguna de Pumaqucha, Complejo Intihuatana y Vilcashuamán)
Llegó al fin el día en que visitaría Vilcashuamán. Es un destino que estuvo en mis pendientes durante varios años y finalmente lo conocería. Montamos en la camioneta y nos fuimos con rumbo sur.
Andando hacia la salida de la ciudad, en la avenida Cuzco, nos encontramos una iglesia más: Señor de Arequipa. La iglesia era pequeña y se encontraba en plena avenida y justo en el semáforo, por lo que no nos fue difícil sacarle una foto. Una más a nuestra lista. Más adelante llenamos el tanque y continuamos.
Además de Vilcashuamán (que era nuestro plato de fondo), nuestro plan era conocer también la catarata Pumapaqcha, la laguna Pumaqucha, el complejo arqueológico Intihuatana y el pueblo de Vischongo. Para llegar a todos estos destinos, avanzamos por la carretera 3S hasta llegar al abra Tocto (4100msnm) y en este punto tomamos el desvío que hay hacia la derecha (está totalmente señalizado es imposible perderse). Es, en este desvío, donde se inicia la carretera que nos lleva hacia Vilcashuamán. Esta ruta solía ser afirmada en su totalidad; sin embargo, desde marzo de 2015, viene siendo asfaltada. A la fecha en la que hicimos el viaje (marzo 2016), el asfalto llegaba hasta poco antes de llegar a Vischongo (calculo yo debe ser un 50% del recorrido total).
Nuestra primera parada sería la catarata de Pumapaqcha. Bajando desde Tocto, apenas unos 5 a 6 kilómetros, tomamos un desvío a la derecha que va hacia el pueblo de Cangallo. Andamos unos 3 a 4 minutos más por este desvío y llegamos a un pequeño puente. Debajo de este puente circula el río que proviene de la catarata. Estacionamos la camioneta junto al puente y empezamos la caminata río arriba.
Una persona que andaba por ahí nos indicó por donde deberíamos seguir. Debido a las lluvias recientes, el pasto estaba crecido y al inicio nos fue un poco difícil encontrar el camino pero eventualmente lo hallamos. Se sube un poco por la colina hasta llegar a una explanada. En esta explanada se sigue recto hasta llegar a lo que parece ser una propiedad privada. Ahí hacia la derecha se llega a la parte superior de catarata. Puedes literalmente ponerte en la cresta de la caída de agua y ver como fluye hasta abajo. Hay un camino al lado que nos permite llegar hasta la parte baja y meterte en ella si deseas (y si soportas el agua helada).
La catarata estaba más linda que en las fotos y vídeos que había visto. Nuevamente, gracias a la época de lluvias, todo alrededor era verde y el río estaba cargado de agua, por lo que la catarata fue más impresionante.
En total, el subir hacia la catarata, mojarnos un rato, tomarnos fotos y regresar a la camioneta nos tomó alrededor de una hora. Nos hubiese gustado quedarnos más, pero faltaba mucho que recorrer aún.
El siguiente punto a conocer era la laguna de Pumaqucha y el complejo arqueológico de Intihuatana (están uno junto al otro). Entonces, regresamos a la carretera que va a Vilcashuamán y continuamos rumbo sur. Poco más adelante, el camino ya cambiaba a afirmado (con tramos cortos de asfalto). Nos encontramos con maquinaria pesada que precisamente venia trabajando en la pista. A la derecha del camino, a la altura de Moyocc, encontramos un puente colgante. Paramos para sacarnos unas fotos.
Un poco más adelante la pista ya era 100% afirmada. Ahora era bastante más angosta y por zonas tenía mucho hueco y debíamos ir despacio. Pero se compensaba con unos paisajes muy bonitos. Aprovechamos para tomarnos más fotos. Es lo lindo de ir por carretera en tu auto: ves lugares bonitos y paras las veces que quieras.
Más adelante, poco antes de llegar a Vischongo, encontramos un desvío. Hacia la izquierda en «U», el camino continuaba hacia Vilcashuamán. y hacia la derecha empezaba una trocha que nos llevaría a nuestra segunda parada. Si bien es cierto la pista no era lo mejor que había en este tramo, la señalización si estaba buena (felizmente) y era difícil equivocarse. Caminamos por unos 10 minutos por esta trocha y llegamos a la entrada del complejo. El ticket de ingreso cuesta 2 soles por persona. El sitio está bastante cuidado, con un camino demarcado para que puedas conocer el lugar sin comprometer los restos arqueológicos ni la naturaleza.
La laguna Pumaqocha, es simplemente bellísima. Uno se queda atónito frente a ella. Tanto así que permanecimos sentados algunos minutos observándola. El sonido de las aves y del viento chocando con las hojas de los arboles sólo incrementaban el placer de estar ahí.
Siguiendo por el camino empezamos a subir la ladera del cerro que nos llevaría a los restos incas. Llegamos a un ambiente conocido como «el baño del inca» con su increíble piedra de 18 ángulos, así como otras construcciones entre las que figuraba el reloj solar o Intihuatana. La laguna, que nos acompañó en todo momento, lucía rodeada de un manto verde con flores de color lila. Nos sentamos en el pasto simplemente a disfrutar. El lugar era increíble y no queríamos irnos. Un niño del lugar nos vendió unas tunas súper dulces. Más adelante nos daríamos cuenta que si algo abunda en estos lugares es precisamente la tuna. Plantas cargadas de tunas rojas hay por todos lados a lo largo del camino. Tomamos decenas de fotos y emprendimos el retorno.
Regresamos al camino que iba hacia Vilcashumán. Unos metros más allá nos encontramos con un puente que, al cruzarlo, nos llevó a otra bifurcación. Un camino a la izquierda y otro a la derecha en direcciones totalmente opuestas Esta vez no había señalización y el GPS en ese momento no me estaba reconociendo la posición. Así que le preguntamos a un chico que andaba por ahí, cómo llegar a Vischongo. Nos dijo, «por cualquiera de los dos lados llega». Debo confesar que no me inspiró mucha confianza, así que tomamos el camino de la izquierda que parecía más transitado y en unos minutos llegamos a Vischongo. Estábamos contentos por que habíamos escogido bien el camino (aunque al final del día nos daríamos cuenta que no fue tanto así).
La ruta para llegar de Vischongo a Vilcashuamán fue un parto. Como la pista la estaban arreglando nos encontramos con decenas (no exagero) de camiones volquetes además de tres excavadoras. Estuvimos detenidos por cerca de 15 minutos a un lado del camino para dejar pasar un convoy con toda esta maquinaria. Finalmente pudimos seguir nuestro trayecto. El camino por momentos tenía bastantes huecos, había que andar con cuidado.
Alrededor de las 3pm llegamos a Vilcashuamán. Ya en su plaza se sentía una vibra muy especial. Al fondo, se podía observar el Templo del Sol, en cuya cima se erguía el Templo de San Juan Bautista. Aquella era la imagen que sólo habíamos podido ver (hasta entonces), en libros, guías de viaje y vídeos en YouTube. Finalmente lo teníamos ante nuestros ojos. Habíamos llegado y no lo podíamos creer.
Al ingresar al templo, nos recibió el padre a quien le pedí permiso para sacar unas fotos del interior, y él amablemente accedió. Nos sentamos y emocionados agradecimos a Dios por habernos permitido llegar hasta ahí. Fue un momento muy bonito, quizás el más emotivo de todo el viaje.
Salimos del templo y nos dirigimos hacia el Ushnu (significado de «trono sagrado», según leí), el cual es una pirámide trunca construida por los incas entre los años 1400 y 1500, de la que se dice se usaba para rendir actos ceremoniales. De hecho, hay varios Ushnus en Perú (se me viene a la mente el de Huánuco Pampa, por ejemplo). En la parte superior del Ushnu encontramos el sillón doble de piedra el cual era usado por el Inca y su Coya (esposa principal). Desde ahí arriba también se lograba una vista increíble de todo el valle. En la parte trasera se podía ver una explanada grande con un par de construcciones que asemejaban dos habitaciones y a la derecha una construcción con ventanas trapezoidales, siguiendo el estilo inca.
Vilcashuamán es un lugar muy interesante de conocer. Nos hubiera gustado permanecer más tiempo. En un sitio al cual definitivamente hay que regresar.
Eran cerca de las 4:30pm y no habíamos almorzado. Sin embargo, decidimos emprender el retorno (ya comeríamos luego en Ayacucho). No sabíamos con qué cosas nos encontraríamos en el camino de regreso (seguramente más volquetes o más interrupciones).
Antes de salir, fuimos a la comisaría a preguntar por una ruta alterna. Recordé que cuando preparaba el viaje y los waypoints del GPS, había visto en Google Earth un camino alternativo que iba también hacia Vischongo, pero ese camino no lo tenia registrado en los mapas de mi dispositivo. Nos indicó el policía que efectivamente el camino alternativo partía unos dos kilómetros saliendo de la ciudad, había un desvío en U el cual debía tomar. Esta ruta pasaría por el pueblo de Pomacocha al otro lado del río. Nos dijo también que esta ruta estaba completamente libre de maquinarias y que se encontraba, incluso, en mejor estado que la vía «oficial» por donde habíamos llegado.
Así que no lo dudamos y tomamos ese camino de regreso. No sólo la ruta estaba mejor conservada, sino que tenía mucho menos curvas y las bajadas eran menos pronunciadas. Además, las vistas del valle se veían espectaculares desde aquí y todo el camino de descenso nos acompañaron campos verdes abarrotados de tunas.
Ya llegando a Vischongo, recordé aquel chico del puente al que le preguntamos qué camino tomar y que nos dijo que cualquiera de los dos caminos nos conducía a nuestro destino. Y era verdad. El desvío por la derecha (el que no tomamos), nos llevaba a Vischongo y a Vilcashuamán justamente por este trayecto que usamos al retorno. Al final la decisión de ir por la izquierda quizás no fue la mejor, pero aún así nos permitió conocer más sitios y tener más cosas para contar 🙂 . En Vischongo paramos un momento a comprar unos quesos que estaban buenazos. Recomendado para quienes pasen por ahí.
En la carretera, y ya de noche, nos agarró la lluvia como para despedir un día espectacular donde conocimos mucho y disfrutamos con tanto paisaje. Una vez en Ayacucho, cenamos algo por la plaza y nos encontramos con una procesión más. De hecho, en Semana Santa todos los días sale una imagen diferente de una iglesia diferente (excepto el jueves y el sábado que no hubo procesiones). En este caso, la imagen que circulaba era la del Señor del Huerto, que había salido de la iglesia La Buena Muerte e iba con dirección a la Plaza de Armas.
Cuarto día: Circuito Norte (Cueva de Pikimachay, Complejo Wari, Pampa de la Quinua, Huanta, Mirador Cristo Blanco, Puente Ayahuarcuna)
Salimos 8am del hotel con rumbo norte. Esta vez fue algo complicado salir de la ciudad, pues por las festividades, el centro estaba cerrado y tuvimos que dar varias vueltas por las calles antes de encontrar nuestro camino.
Luego de casi media hora ya estábamos en la salida de la ciudad camino a la cueva de Pikimachay, nuestro primer destino del día. Cerca de las 9 y pico de la mañana llegamos al punto en la carretera donde inicia el camino hacia la cueva. Dejamos estacionada la camioneta a un lado de la pista, y empezamos la caminata.
Desde abajo se veía sencillo. El camino hasta la cueva era de apenas medio kilómetro, pero ya por la mitad del recorrido empezamos a sacar la lengua. La subida es más empinada de lo que parece, y bueno mi estado físico tampoco es demasiado atlético para ser honesto, así que empezamos a hacer paradas cada cuanto para tomar aire. Un poco después, ya estábamos en la cueva.
El lugar se siente algo extraño. Es interesante pensar que hombres hace más de 15,000 años podrían haber vivido en esta zona. Fue justamente aquí donde nació la teoría del «Hombre de Pacaicasa». A finales de los 60’s el arqueólogo Richard MacNeish halló restos de artículos que se creían eran instrumentos fabricados por el hombre. Sin embargo, nunca se hallaron restos humanos, por lo que la existencia del «Hombre de Pacaicasa» no es del todo segura.
Nos quedamos un momento a disfrutar del sitio. No sólo la cueva es interesante sino que, además, funciona como un gran mirador, desde donde se puede visualizar todo el valle, incluyendo el complejo arqueológico Wari y hasta el obelisco de la pampa de la Quinua.
Hasta ese momento eramos los únicos que habíamos llegado a la cueva ese día. Poco después empezamos el camino de descenso y ahí nos cruzamos con varias personas que venían subiendo. Eran cerca de las 10:30 de la mañana y el sol ya quemaba bastante fuerte. Sentí un poco de pena por algunas personas mayores que se quedaron a medio camino por que ya no daban más. No sólo el camino es empinado, sino que ya a esa hora el sol te hace las cosas más difíciles. Yo creo que para subir a la cueva, lo mejor es hacerlo o muy temprano en la mañana o ya bien entrada la tarde para que el sol no sea un problema.
Ya abajo, nos trepamos en la camioneta y nos fuimos a nuestro segundo destino del día: el complejo arqueológico Wari. Fuimos por la carretera como quien regresa a Ayacucho y un poco más adelante tomamos el desvío hacia Quinua y Wari. Esta vía es un poco desesperante al inicio por la enorme cantidad de rompe muelles que había. Más tarde, ya de retorno, nos daríamos cuenta del porqué: algunos taxis y colectivos que bajan desde Quinua, son increíblemente irresponsables y aprovechan la bajada para ir a velocidades bastante altas. No me extrañaría que en el pasado haya ocurrido algún accidente fatal y por esa razón se instalaron todos esos rompe muelles.
Llegamos al complejo Wari, donde el recorrido se empieza por el museo de sitio. No era muy grande, de hecho apenas tenia una sala, pero no por ello dejaba de ser interesante. Una de las cosas que más nos atrajo fueron las piedras moldeadas en forma de tubo que las usaban en los canales hidráulicos. La circunferencia que tenían era perfecta. No me imagino como lograban esas cosas los antiguos hombres. En el interior del museo también destaca una momia encontrada en el lugar. Luego, hicimos el recorrido por las distintas zonas arqueológicas habilitadas para la visita. Ahí nos encontramos con la famosa plazuela en forma de D con asientos rectangulares. Según nos contaba el guía, era usada en diferentes tipos de reuniones a manera de asambleas para definir temas importantes.
Saliendo de Wari continuamos nuestro camino hacia Quinua. Era alrededor de la 1:30 pm, así que aprovechamos en almorzar en los puestos de comida que hay al lado de la carretera. El plato elegido: puca picante. Unos tres años atrás había oído por vez primera de este plato y me causó mucha curiosidad. Pues bien, me quitaría el clavo y finalmente lo probaría. No sé si teníamos mucha hambre o estaba muy rico o ambas cosas, pero la cuestión es que la comida no duró mucho en la mesa. Así que si tienes oportunidad de ir a Ayacucho, la puca picante debería estar en tu lista de comidas a probar, sin duda. El costo: 4 solcitos y de yapa tu hierba luisa 🙂
Luego de comer nos dirigimos a la plaza de Quinua. Quisimos entrar a la Casa de la Capitulación, pero nunca abrió 🙁 . Aprovechamos para conocer algunas casas de artesanías tan famosas en este sitio. De hecho, la artesanía es la principal actividad económica de este pueblo.
Luego de visitar las artesanías y comprar un par de recuerdos para la familia, nos fuimos hacia la pampa de la Quinua, la cual está a poco menos de un kilómetro. Este lugar es quizás el más visitado por los turistas que llegan a Ayacucho (después de su centro histórico de la capital). En todos los puntos anteriores nos habíamos encontrado con relativamente poca cantidad de personas, pero aquí fue la excepción. En el sitio corría mucho viento. No tenia mucho abrigo así que hubo que aguantar un poco el frío no más. El atractivo principal de este sitio es sin duda el obelisco. Fue levantado durante el gobierno de Velasco, para conmemorar la Batalla de Ayacucho, librada en este lugar el 9 de diciembre de 1824, en épocas de la independencia.
Luego de permanecer por un rato en el lugar y de tomarnos algunas fotos, partimos rumbo norte hacia Huanta. Había escuchado cosas muy bonitas de esta ciudad. Lamentablemente, por falta de tiempo, no pudimos conocerla en toda su dimensión, por lo que queda pendiente volver a visitarla. Ya en Huanta, conocimos en su plaza central, que por cierto es muy bonita. Guarda perfecta armonía con su Iglesia Matriz. Nos tomamos unas fotos y salimos hacia el atractivo principal, el mirador de Cristo Blanco. Para llegar al mirador se debe ir por una ruta bastante empinada, estrecha y con muchas curvas. Nada que con un poco de precaución no se pueda recorrer. Ya en el mirador, la vista panorámica de la ciudad es simplemente espectacular. Ahí mismo en el mirador se encuentra el monumento a Cristo Blanco. Grande y Muy bonito.
Era poco más de las 4:30pm y emprendimos el retorno a Ayacucho. En el camino haríamos una última parada en la quebrada llamada «Ayahuarcuna». Esta quebrada se encuentra a unos seis kilómetros luego de pasar por el pueblo de Villa Florida (yendo por la carretera en sentido Huanta – Ayacucho).
Por lo que leí sobre ella, tiene una historia interesante. Se comenta que en el siglo doce, los Pokras, en alianza con los Chacras, formaron un frente para resistir el avance del Imperio Inca encabezado por Wiracocha. En una acción sorpresiva, mataron a gobernadores del Inca y los colgaron en zonas aledañas a esta quebrada. De ahí el nombre Ayahuarcuna: aya = muerto, huarcuna = colgador; es decir, se leería algo como «lugar donde se cuelgan a los muertos». Más adelante, los Incas someterían a los Pokras y Chancas y los anexarían al Tahuantisuyo. En este mismo sitio, ya en la época del virreynato, en 1771 se construyó un puente de cal y piedra que se mantiene hasta el día de hoy. No sé cuál haya sido el nombre que recibió originalmente, pero en la zona lo conocen simplemente como el «Puente Ayahuarcuna».
Llegar al puente no fue difícil. Lo que no fue fácil fue dar con el lugar exacto donde empezar el descenso hacia la quebrada. El puente está escondido y no se logra ver desde la carretera. Después de un par de intentos encontramos el punto exacto. Se ubica aproximadamente a unos 250 metros antes de llegar a la curva en U, donde se encuentra el puente de concreto por donde transitan los autos. Estacionamos la camioneta a un lado de la carretera y empezamos la bajada a pie por un camino sencillo aunque un poco empinado. En menos de cinco minutos ya estábamos ahí.
Uno se siente extraño y a la vez maravillado por estar en un lugar tan bonito y con tanta historia. Nos quedamos un rato y rezamos un poco por la gente que murió en ese lugar. Tomamos unas fotos y emprendimos la retirada.