Acababa de pasar mi cumpleaños. Era lunes, estaba de vacaciones y no tenia ningún plan. Había un sitio que quería conocer hacía ya buen rato: la laguna de Marcapomacocha en Junín. No lo pensé dos veces y llamé a mi padrino a ver si se animaba a acompañarme. No me costó mucho convencerlo para ser honesto, a él le gusta viajar y conocer el Perú tanto como a mí. Así que quedamos en encontrarnos al día siguiente 6 am para hacer un full-day de ida y vuelta hasta allá.
El martes salimos temprano rumbo norte, por la Panamericana hasta llegar al desvío hacia la autopista Chillón-Trapiche. Poco después nos incorporamos a la Túpac Amaru que más adelante se convertiría en la carretera que nos lleva a Canta. Contrario a lo que esperábamos, el día estuvo un poco nublado. Nuestro plan era hacer una primera parada en Santa Rosa de Quives, pero como nos tocó un tráfico denso a la salida de Lima y el camino que nos esperaba era largo, decidimos no parar hasta Canta.
Cerca de las 10 am habíamos llegado a Canta. La pista desde Santa Rosa estaba nueva, parecía una mesa de billar. Eso nos permitió ir con relativa rapidez. Bajamos a tomar un desayuno ligero nomás y continuamos nuestro recorrido.
A la salida de Canta terminaba la pista y empezaba el camino afirmado. Poco a poco éste se iba estrechando, pero era divertido manejar por ahí. Pasamos por un par de piscigranjas a la altura de Huaros y un poco más allá hicimos una nueva parada en Cullhuay. Seguimos avanzando y muy rápidamente los ichus al lado del camino nos decían que ya estábamos en altura. No faltaba mucho para llegar a la zona de «La Viuda», límite natural entre Lima y Junín. Allí empezaría nuestra aventura.
Alrededor del medio día llegamos a la zona de las lagunas. Cada una era más bonita que la otra y todas eran paradas obligatorias para sacarse fotos. La primera fue la laguna Torococha; aunque pequeña, nos daba la bienvenida a la zona. Paramos por las fotos de rigor. Un poco más allá aparecería imponente la laguna Chunchun, enorme y muy bonita. Paramos una vez más y aprovechamos para tomar nuestro mate de coca. En ese momento la altura ya estaba haciéndose notar (estábamos alrededor de 4500 msnm), así que el matecito nos cayó a pelo. Antes de seguir el camino, colocamos nuestra piedra en una apacheta, para pedirle a los Apus permiso para transitar por esa zona. Seguimos. Durante un buen rato el camino va paralelo a la laguna Chunchun, lo que hace el transitar por ahí un experiencia genial.
Al poco rato llegamos a la siguiente laguna: Ocho colores. Dependiendo de la incidencia de la luz y de la zona desde donde la veas, esta laguna puede tomar distintos colores gracias a los minerales que lleva en el fondo, de ahí su nombre. Hicimos una nueva parada, pero esta vez si fue bien cortita. El frío ahí estaba bravo y no habíamos llevado mucho abrigo, así que un par de clics en la cámara y seguimos.
Un poco más arriba y llegamos al abra la Viuda, el punto más alto del recorrido (bueno, al menos en esta primera parte), aproximadamente 4700 msnm. Ya estábamos en Junín. De ahí, el camino iba en descenso hasta el desvío a Yantac. En este punto el camino se bifurca. Por la izquierda nos lleva a Cerro de Pasco. Nosotros tomamos el de la derecha que nos lleva a Yantac y, eventualmente, a Marcapomacocha.
Unos 20 minutos más adelante, y luego de pasar junto a otras tres lagunas, arribamos al pueblo de Yantac. A orillas de éste se encontraba la laguna del mismo nombre, casi tan grande y bonita como la de Chunchun. Paramos por más fotos. El camino continuó por un tramo que bordeaba toda la laguna. La vista era tan bonita que ni cuenta nos habíamos dado que ya llevábamos poco más de 7 horas manejando.
Treinta minutos después, y tras pasar por cuatro lagunas más, lográbamos divisar a lo lejos nuestro destino: Marcapomacocha. Esta laguna, además de ser la más grande que visitamos en este viaje, representa una de las reservas principales de agua potable para Lima. Tiene dos flancos: este y oeste. En algunos mapas el lado oeste lleva el nombre de laguna Antacoto. Ambos flancos están unidos por un canal y el camino hacia el pueblo de Marcapomacocha pasa justamente por encima de dicho canal. Es decir, durante un tramo del recorrido viajamos viendo por la izquierda el lado este de la laguna y por la derecha el lado oeste. Mejor vista, imposible. Obviamente hicimos una parada larga para las fotos de rigor.
Un poco más allá llegamos al pueblo de Marcapomacocha. Era alrededor de las 2:30 pm. Paramos un rato a comer nuestros sandwichs que habiamos llevado. Ya el hambre apremiaba y había que estirar un poco las piernas.
Poco antes de las 3 pm iniciamos el retorno. Para regresar, decidimos continuar el trayecto hacia Corpacancha y de ahí tomar el camino que eventualmente nos llevaría a Casapalca y a la Carretera Central. Ya desde ahí bajaríamos a Lima. Este trayecto estuvo decorado durante un buen tramo por el solitario nevado Rajuntay. El camino por tramos estaba en muy mal estado. Las lluvias (no esperaba que lloviera en Noviembre) lo habían deteriorado. Muchos huecos y acumulaciones de agua por lo que teníamos que ir con cautela. Este tramo hasta Casapalca también fue pesado en el sentido que estuvimos durante buen tiempo (casi dos horas) a más de 4500 msnm. De hecho, en el punto más alto, el GPS me marcaba cerca de 4900 msnm. El cansancio, la altura y el estado del camino nos hicieron el retorno algo más complicado.
Cerca de las 5 pm llegamos a la Carretera Central, a la altura de Casapalca (poco antes de Ticlio). Fin de los huecos, volvíamos al asfalto. Íbamos de bajada así que la altura también se fue disipando. El problema ahora tenia otro nombre: el tráfico. Insoportable por decir lo menos. La bajada se hizo interminable, atorados tras filas y filas de camiones y sin posibilidad de adelantar. No nos quedó de otra que sacar nuestras reservas de paciencia.
Ya en Chosica, cerca de las 7:30 pm, el cuerpo lo teníamos molido. Llevaba manejando más de 12 horas. Mi tío que es súper conversador ya estaba mudo desde hace rato. La espalda no la sentíamos. Llegamos a casa plan de 9:00 pm, muertos pero contentos. Había valido la pena. Conocimos nuevos lugares, vimos lagunas y nevados espectaculares acompañados de una buena conversa en todo momento.
Al día siguiente el cansancio se había ido, pero la experiencia vivida se quedó con nosotros para siempre 🙂 .
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